Por: Redacción Vía Pública
Colombia enfrenta una vez más la paradoja de ser bendecida y castigada por el agua. Las lluvias de 2025 han dejado en evidencia no solo la vulnerabilidad climática del país, sino también las profundas deficiencias estructurales que convierten cada temporada invernal en una tragedia anunciada. Con más de 168.000 familias afectadas hasta mediados de julio, el panorama revela una Colombia que, a pesar de décadas de experiencia con estos fenómenos, sigue siendo vulnerable a sus propias condiciones naturales.
La nueva normalidad climática
Colombia es el país más lluvioso del mundo, según datos del Banco Mundial y la FAO, una condición que debería traducirse en preparación y adaptación, no en crisis recurrentes. Sin embargo, la temporada de lluvias en Colombia en 2025 deja más de 168.000 familias afectadas, cifra que refleja no solo la intensidad de los fenómenos meteorológicos, sino también la incapacidad del país para proteger a su población.
El comportamiento climático de 2025 ha sido particularmente complejo. Aunque el IDEAM confirmó el fin del fenómeno La Niña en mayo, las intensas precipitaciones, acompañadas de vendavales, deslizamientos y emergencias viales en la ciudad y sus alrededores, han generado gran preocupación entre los ciudadanos. Esta situación evidencia que los efectos de los fenómenos climáticos trascienden sus períodos oficiales, generando impactos prolongados en el territorio nacional.
La geografía de la vulnerabilidad
En el panorama nacional, las lluvias más fuertes seguirán concentrándose en la región Pacífica, el norte de la región Andina y el sur del Caribe, un patrón que no es nuevo pero que cada año cobra víctimas debido a la falta de preparación territorial. Algunas regiones, como el archipiélago de San Andrés, la región Caribe, Andina y partes de la región Pacífica, podrían registrar lluvias superiores a los promedios históricos.
Esta distribución geográfica de las precipitaciones no es aleatoria: corresponde a las zonas donde históricamente se han concentrado las emergencias por lluvias. El hecho de que estos patrones sean predecibles hace aún más cuestionable la recurrencia de las crisis. Algunas de las salidas de la capital, como la vía al Llano y la vía a Villavicencio, han sido escenario de emergencias que obligaron a las autoridades a suspender el tránsito vehicular durante horas.
El costo humano y económico
Según cifras preliminares previas al inicio de la temporada, en 2025 se han registrado cerca de 400 eventos relacionados con lluvias, los cuales han afectado a 17.320 familias en el país. Estas cifras, que corresponden solo a los primeros meses del año, revelan la dimensión real del problema: no se trata de eventos excepcionales, sino de una problemática estructural que afecta de manera sistemática a la población más vulnerable.
La Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD) ha activado planes de preparación para el segundo semestre, pero la emergencia por lluvias en Colombia deja 100.000 familias afectadas, lo que evidencia que las medidas preventivas siguen siendo insuficientes frente a la magnitud del desafío.
El dilema de la predictibilidad
Uno de los aspectos más preocupantes de la crisis actual es que no se trata de eventos impredecibles. El Ideam informó que, en general, se prevé un comportamiento normal de las lluvias en la mayor parte del territorio colombiano durante el mes de julio, lo que significa que las instituciones tienen la capacidad técnica para anticipar los fenómenos. Sin embargo, la capacidad de predicción no se ha traducido en una capacidad efectiva de prevención y respuesta.
Durante este periodo, se proyectó un incremento del 20% al 50% en las precipitaciones, lo que podría aumentar el riesgo de deslizamientos, inundaciones y vendavales. Esta información, disponible con anticipación, debería permitir la implementación de medidas preventivas que minimicen los impactos, pero la realidad muestra que el país sigue reaccionando a las emergencias en lugar de prevenirlas.
La respuesta institucional: entre la improvisación y la rutina
La respuesta del Estado a las emergencias por lluvias ha caído en un patrón preocupante de normalización. El Ideam hizo un llamado a la comunidad a mantenerse alerta y tomar medidas de autoprotección, trasladando así la responsabilidad de la gestión del riesgo a los ciudadanos. Si bien la preparación individual es importante, no puede ser el único mecanismo de protección frente a fenómenos que requieren intervenciones estructurales.
Las recomendaciones oficiales incluyen evitar transitar por zonas de alta pendiente, buscar refugio en construcciones sólidas y no refugiarse bajo árboles, medidas que, aunque necesarias, resultan insuficientes frente a la magnitud del problema. Para obtener información en tiempo real sobre el estado de las carreteras, los ciudadanos pueden utilizar canales como la plataforma de Viajero seguro, la línea #767, la cuenta de X (antes Twitter) @numeral767, y la página oficial de Invías.
La vulnerabilidad urbana
El caso de Bogotá es particularmente ilustrativo de los desafíos que enfrentan las ciudades colombianas. Según la meteoróloga del Ideam Yira Fonseca, Bogotá tendrá un comienzo de semana con mañanas mayormente secas, pero con un aumento paulatino de la nubosidad hacia las horas de la tarde. Esta variabilidad climática intradiaria genera desafíos adicionales para la gestión urbana.
Para el jueves y viernes, se anticipa un incremento considerable de las precipitaciones en Bogotá y la Sabana, lo que podría afectar no solo la movilidad urbana sino también el desarrollo de actividades económicas. La capital, como muchas otras ciudades del país, no está preparada para manejar estas variaciones climáticas sin generar impactos significativos en la vida cotidiana de sus habitantes.
La paradoja del país más lluvioso del mundo
La condición de Colombia como el país más lluvioso del mundo debería ser una ventaja comparativa, no una maldición. Sin embargo, la falta de infraestructura adecuada, la ocupación irregular del territorio y la ausencia de políticas de ordenamiento territorial han convertido esta riqueza natural en un factor de vulnerabilidad.
Esta condición climática genera lluvias, heladas, fuertes vientos y altas temperaturas de manera simultánea en diversas regiones del país, lo que evidencia la complejidad del desafío climático colombiano. La diversidad geográfica del país requiere enfoques diferenciados de gestión del riesgo, pero las políticas públicas han tendido a la homogenización de las respuestas.
Reflexiones sobre la adaptación
El problema de las lluvias en Colombia no es meteorológico, es estructural. La recurrencia de las crisis evidencia que el país no ha logrado desarrollar una cultura de convivencia con su propia geografía. Las soluciones de corto plazo, centradas en la atención de emergencias, han prevalecido sobre las inversiones de largo plazo en infraestructura resiliente y ordenamiento territorial.
Avanza en este momento la segunda temporada seca de 2025, lo que se espera es que las lluvias disminuyan en cantidad e intensidad hasta el mes de agosto. Esta pausa temporal no debe ser vista como un respiro, sino como una oportunidad para implementar las medidas estructurales que permitan al país enfrentar mejor la próxima temporada invernal.
Hacia un nuevo paradigma
Colombia necesita transitar de la gestión reactiva de emergencias hacia la construcción de resiliencia territorial. Esto implica inversiones significativas en infraestructura, reubicación de poblaciones en zonas de riesgo, fortalecimiento de los sistemas de alerta temprana y, fundamentalmente, un cambio cultural que permita entender las lluvias como parte natural del ciclo hidrológico del país, no como una amenaza externa.
La pregunta central no es cuándo van a terminar las lluvias, sino cuándo va a terminar la vulnerabilidad estructural que las convierte en tragedia. Mientras Colombia no resuelva este dilema fundamental, seguirá siendo el país más lluvioso del mundo y, paradójicamente, uno de los menos preparados para vivir con sus propias condiciones climáticas.
Las lluvias de 2025 no son excepcionales; son una manifestación más de la normalidad climática colombiana. Lo excepcional debería ser la capacidad del país para convivir con ellas sin que esto signifique crisis humanitarias recurrentes. Ese es el verdadero desafío que Colombia debe enfrentar: no cambiar el clima, sino cambiar su relación con él.